Aprender a ser feliz es posible y por eso muchas universidades en el mundo se han dado a la tarea de incluirla como una cátedra. En la Universidad de Yale es uno de los cursos más solicitados. El pionero de esta tendencia es el profesor de piscología positiva Tal Ben-Shahar, quien creó la primera cátedra de felicidad en la Universidad de Harvard, en 2006 y es la más apetecida por los estudiantes.
La felicidad, en palabras del psicólogo William James, es la preocupación más importante de la vida. Todos queremos ser felices (o menos desdichados). Más aún, cuando incrementamos nuestros propios niveles de felicidad, también nos sentimos más generosos hacia los demás, más creativos, más comprometidos con la vida y disfrutamos más de nuestras relaciones. Hasta hace poco, el tema de la felicidad y de mejorar la calidad de nuestras vidas, había estado dominado por la psicología popular. En muchos seminarios de autoayuda y en libros que se ofrecen actualmente hay mucha diversión y carisma, pero relativamente poca sustancia. Prometen 5 rápidos pasos hacia la felicidad, los tres secretos para el éxito y las cuatro vías para encontrar el amante perfecto. Estas son, con frecuencia, promesas huecas y eso ha hecho que la autoayuda sea mirada con cinismo. En el otro lado tenemos la academia, con estudios e investigaciones que son profundas que no encuentra cómo llegar a los hogares. De la forma como yo lo veo, el papel de la psicología positiva es tender un puente entre la torre de marfil y la gente, entre el rigor de la academia y la diversión del movimiento de autoayuda. En pocas palabras, la psicología positiva es la ciencia de la felicidad. Durante mucho tiempo se creyó que la felicidad no se podía enseñar como las matemáticas o la geografía. Sin embargo, desde cuando Martin Zeligman creó la psicología positiva, esa idea cambió. A partir de sus muchas investigaciones se sabe que el 50 por ciento de la felicidad depende de factores como creencias y hábitos que son modificables y por lo tanto se pueden enseñar. “El resto es genética”. Enseñarla es importante porque la expectativa de vida en el mundo está aumentando y la gente debe vivir esos años extra con bienestar. Se sabe, por ejemplo, que la gente feliz vive 15 años más y con más salud que los pesimistas. Además, ser feliz es una manera de prevenir enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad, que amenazan con ser los principales motivos de discapacidad en países desarrollados a partir de 2020. También se ha visto que los empleados felices son más productivos. Aunque lo parecen, los cursos de felicidad no son un paseo. En el de Harvard hay 22 clases magistrales de 75 minutos cada una dictadas por Tal Ben-Shahar, uno de los gurúes del tema en el mundo. El objetivo es enseñar a tener una vida productiva y satisfactoria, y para lograrlo Ben Shahar acude no solo a su propia experiencia, sino a la evidencia científica más reciente, que es el material de estudio más importante de la clase. La idea no es salir con una sonrisa de oreja a oreja, sino “aprender a tomar lo bueno y lo malo y aprovechar al máximo lo que brinda la vida”, señala una de las alumnas de Ben-Shahar. Curiosamente, dentro de las diez lecciones principales el dinero no aparece por ningún lado y la razón es sencilla. Después de que el ser humano logra satisfacer sus necesidades básicas el dinero deja de ser tan importante, y si bien crea satisfacciones en quienes lo reciben resultan pasajeras. “El placer de comprar un auto o cualquier otra cosa se desgasta al mes de haberlo hecho”. Aunque no está mal ambicionarlo, el dinero solo no hace totalmente feliz a nadie. Por el contrario, los siguientes comportamientos y formas de pensar representan cambios estructurales que generarán bienestar permanentemente.
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