¿Cuáles son, pues, las características destacadas de un enfoque profesional en la consultoría de empresas?
Algunas de ellas se pueden encontrar, en forma sucinta, en los códigos deontológicos adoptados por las organizaciones de consultores de empresas; en otros casos figuran en folletos de información publicados por las empresas de consultoría. Estas son las normas defendidas colectivamente, es decir, por los miembros de una asociación de consultores o de una empresa de consultoría que ha declarado oficialmente cuáles son sus normas éticas. No obstante, en muchas situaciones es imposible remitirse a una declaración oficial de normas que determinen el comportamiento profesional y ético. En esos casos el consultor se puede orientar por un código personal de ética y comportamiento profesionales, que representa su propia concepción de lo que es una práctica adecuada y una inadecuada, y de lo que es beneficioso para el cliente y para la comunidad y lo que no lo es. El consultor ocupa una posición de confianza; el cliente cree muy probablemente que ciertas normas de comportamiento serán respetadas sin que tengan ni siquiera que ser mencionadas. Muchos clientes piensan que los consultores nunca utilizarían falsas credenciales y algunos clientes ni siquiera están en condiciones de evaluar la competencia técnica del consultor. El consultor puede estar en una posición de superioridad técnica y poseer conocimientos teóricos e información de que carece el cliente. Por otro lado, el cliente puede estar en una situación de debilidad, incertidumbre e incluso angustia. Cualquier consultor que aspire a convertirse en un auténtico profesional debe aclarar su propia concepción de la ética y las normas que ha de respetar en su colaboración con los clientes. Esto se aplica por igual a los consultores externos o internos, así como a toda persona que intervenga a título de consultor, aunque no sea un consultor a tiempo completo. Las características siguientes de un enfoque profesional son esenciales. Competencia técnica La competencia técnica del consultor es la base del enfoque profesional. Sobre todo, debe poseer el tipo de conocimientos teóricos y prácticos necesarios para un cliente particular. Por regla general, el consultor debe poder y querer evaluar críticamente sus propios conocimientos teóricos y prácticos al considerar un nuevo contrato o al llegar en su cometido a un punto en el que se necesitan otras competencias. Un consultor profesional nunca presentará una falsa imagen de sí mismo, pretendiendo que puede realizar una tarea que queda fuera de su competencia, incluso aunque esté escaso de trabajo y ansioso de obtener alguna misión. El consultor que desee abordar un nuevo tipo de problema (la experiencia no se amplía, salvo al ensayar algo nuevo) abordará la cuestión abiertamente con el cliente. La dificultad estriba en que en la consultoría de empresas y gerencial existe una falta de puntos de referencia fiables y plenamente objetivos para evaluar la competencia requerida a fin de realizar un trabajo particular con plena satisfacción del cliente. Las asociaciones de consultores han intentado establecer un cuerpo común de conocimientos de consultores profesionales y el tipo y la duración mínima de experiencia que se exige como condición para ser miembro de una asociación o instituto, o para obtener un certificado. Sin embargo, éstos son criterios generales y más bien elementales de admisión o certificación, que no pueden demostrar la competencia de un consultor para una tarea determinada. No se aplican a los consultores que no son miembros de asociaciones o que no solicitan una certificación. Además, dista de estar terminado el trabajo que consiste en crear un cuerpo generalmente reconocido de conocimientos para la profesión de consultoría. Los documentos que se pueden obtener de diversas asociaciones de consultores son útiles, pero no pueden considerarse como textos en los que se establezca de manera autorizada la base de conocimientos de la profesión El poder del asesor profesional La «superioridad técnica» del consultor de empresas y su «poder» sobre los clientes son a menudo distintos de lo que cabe observar en algunas otras profesiones. por ejemplo, la medicina. Existen dos principales razones para ello. En primer lugar, si existe una diferencia de conocimientos y experiencia entre los consultores de empresas y sus clientes, esta diferencia puede ser bastante reducida. Para muchos clientes, la consultoría de empresas no es una «caja negra». El consultor y el cliente pueden tener la misma base de instrucción y una experiencia práctica análoga. El cliente puede estar bastante preparado para decidir si ha de recurrir o no a un consultor y para aceptar o rechazar sus consejos, así como para controlar la labor del consultor durante su cometido. Obviamente, ésta no es la situación normal de un paciente que se dirige a su médico ni la de un lego que solicita asesoramiento jurídico y en determinadas situaciones puede acudir a un abogado aunque preferiría evitarlo. En segundo lugar, la consultoría de empresas no es una profesión cerrada y muy protegida. En la mayor parte de los países no existen barreras, ni siquiera mínimas, para incorporarse a la profesión. No existen puestos de trabajo que se reserven para los consultores de empresas. Las funciones del consultor y del cliente pueden ser intercambiables. El cliente de hoy puede convertirse en el consultor de mañana, y viceversa. Existen dos situaciones típicas en las que se pone a prueba la ética del consultor: en primer lugar, si tiene una superioridad técnica porque trabaja para un cliente poco informado o técnicamente deficiente; y en segundo lugar, si trabaja para un cliente cuya capacidad de juicio está menoscabada por la angustia y las dificultades y tiene gran necesidad de ayuda. Esos clientes pueden ser muy vulnerables y fáciles de manipular y la elección de las cláusulas del contrato de consultoría, los métodos de intervención y los cambios propuestos pueden quedar en gran parte en manos del consultor. Incluso si aplica una consultoría participativa, pueden ser participantes sometidos y no seguros de sí mismos ni fuertes en la relación de consultoría. Fuente: La consultoría de empresas. Milan Kubr
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