Cuento del leñador: El hábito de Afilar la Sierra
Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en un aserradero. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; por lo tanto, el leñador se decidió practicar toda su experiencia. El primer día al presentarse al capataz, éste le dio una sierra y le designó una zona de trabajo. El hombre entusiasmado salió al bosque y en un solo día cortó dieciocho árboles. -Te felicito, le dijo el capataz; sigue así. Animado por las palabras del capataz, decidió mejorar su propia marca, de tal modo que esa noche se fue a descansar bien temprano. Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles. Triste por el poco rendimiento, pensó que tal vez debería descansar más tiempo así que esa noche decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a superar su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día sólo cortó diez. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, hasta que al fin de esa primera semana de trabajo sólo cortó dos. No podía entender qué le sucedía ya que físicamente se encontraba perfectamente, como el primer día. Cansado y por respeto a quienes le habían ofrecido el trabajo, decidió presentar su renuncia, por lo que se dirigió al capataz al que le dijo: -Señor, no sé qué me pasa, ni tampoco entiendo por qué he dejado de rendir en mi trabajo. El capataz, un hombre muy sabio, le preguntó: -¿Cuándo afilaste tu sierra la última vez? -¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tenía tiempo de afilar mi sierra, no podía perder tiempo en eso, estaba muy ocupado cortando árboles. Leí por primera vez el concepto de afilar la sierra, en el libro de Stephen Covey “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”. Desde entonces, procuro darme permiso para descansar, desconectar y tomar perspectiva. Vivimos tan ocupados, corriendo de un lado para otro que muchas veces no nos paramos a pensar en las cosas más importantes de la vida. Actuamos por impulsos, sin parar, sin pensar, sin organizarnos. Al terminar el día estamos cansados y con la sensación de que no hemos hecho nada interesante. Quizás deberíamos sentarnos a un lado del camino observar dónde estamos y decidir cuál es la mejor manera de andar el camino que queda. Quizás deberíamos pararnos a afilar la sierra.
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